¿Por qué ella? Porque es lo máximo. Es la chica que pudo decifrarme a través de mis escritos. Fue ella quien me dijo la forma fina de versificar, algo irónico, cuando ella no tiene ni pizca de versificadora. Me dijo cómo disfrutar la vida loca. Ella, evolución, trasnocho, desvelo, corrompimiento mental. Todo quien la conoce, se transforma, se libertiniza. Al menos eso me pasó a mi, a su actual chico y a un amigo mío. Es la locura personificada, una bacante discordante, anacrónica. Disfuncional -como ella sóla, sino, pregunten-. Acosadora. Perversa. Divertida. Sexy.
Monumental.
Descríbela Gabriel, eres quien mejor la conoce. Espero.
"Un eco de sentidos traidores junto al ruido de heridas y cicatrices cansadas de abrirse, se escurre de una voz empapada en retórica. En este caso, la voz guía a los visitantes en el mundo de cierto relato corto y en el de lo que se me antoja llamar (Un poco en contra de la artífice de estas realidades) poema en prosa. En estas dos creaciones del personaje particular que se autodenomina P. Ortuondo, la mezcla entre: Palabras, emoción y sentido, preña de escozor el filo del arma blanca que manipulada por designios secretos acaricia la piel o se entierra en la carne, en ocasiones incluso con la malicia de retorcerse una vez dentro en las entrañas, eso sí, con sutileza, este instrumento es un herramienta perfecta para abrirse camino a lo que escondemos y protegemos del exterior. En P, esa herramienta se decodifica en el talento de usar el lenguaje como expresión individual de personalidad escrita, lo que da constancia y prueba del latido de un algo con vida propia en simbiosis con ella misma. Es entonces irrefutable la evidencia de un huésped que crea y fabula embrujos, semejantes a runas que luego deja impresas con su juguete de metal en nosotros. Volviendo a ese metal, cabe destacar que es frío, tan frío que quema, dueño de un frio que cual espíritu poseyó al objeto cuando este se forjo en determinada forma de vacío, ese vacío que nace de la ineludible, desbordada y reiterada presencia de una ausencia, ese es el vacío que tiñe el espacio entre las metálicas partículas del arma blanca susodicha, es esa anomalía metafísica en lo que da la impresión bien lograda de no deja sanar al herido y al hiriente.
Ahora es cuando sería conveniente en aras de un nivel mínimo de formalidad y estructura (Según una idea algo vaga de lo que un metaprólogo debería ser) adentrarse un poco en otros aspectos de los dos escritos de P. Ortuondo, por ejemplo; se puede apreciar que tienen una diferencia entre sí de 6 años, y que no es solo un dato visible en la fecha al final de cada escrito, y es que existe una evolución, en Circulo Vicioso es como si los árboles de Yávanna, la valar de Tolkien (Señora de la tierra y sus frutos) fueran imbuidos con ímpetu atormentado, ya que las emociones se enraízan entonces con vehemencia aun más tempestiva que seis años antes. Con todo y eso (Y es en estos detalles donde el talento es palpable) la juventud más acentuada que se percibe tanto en el tema como en el enfoque y el estilo de Sigue llorando, al ser comparada con el poema en prosa posterior, no da lugar a evidencia de defecto, pues cabe destacar que aunque fue el que vino al mundo antes, siendo algo así como un embarazo adolecente de P, no fue desatendido por su madre y padre (P, su huésped, y personalidades interiores otras varias) no se daño en el camino, ni fue mal criado, no tiene menos presencia y poder de afectación en el lector, las diferencias que existen no menoscaban uno ante el otro, radican en la diferencia de género, ya que como antes esta repetidamente escrito ( Es evidente el afán de llevarle la contraria a la escritora, pero es que es tentador intervenir en escritos que realmente despiertan emoción) Sigue llorando es un relato corto, mientras Circulo vicioso es un poema en prosa.
Para ser más específico, escudriñar los escritos por separado, y despertar expectativa e impaciencia en ustedes ante ellos con la prolongación de este intento de metaprólogo, vienen los siguientes párrafos.
El relato corto bautizado como "Sigue llorando", comienza inyectándonos apasionamiento y sensorialidad, notamos cómo la concentración de esa dosis va en aumento, y en ese proceso, con la corriente que entre las líneas y nuestras venas, empuja aumentando su impulso en el momento justo, cuando la imaginación, la atención, y la tensión están a flor de piel, la dosis cambia su composición abruptamente, permitiéndonos despertar atolondrados de un sueño paralelo al de la amante, así como también nos deja en conexión, vía narcóticos metafóricos inyectados, a sus sentimientos, pues gracias a esta maniobra ingeniosa, sentimos en nosotros el ancla que representa para ella la potencia de la fusión con su amante soñado, percibimos como ella queda igual que las cenizas de cigarro usado, abrazada hasta el filtro por el ansia del fumador viciado, el nicotinomaníaco vendría siendo su amor ilógico (Si, se considera ilógico por axioma, pero éste en especifico lo es tanto que raya en el hipérbaton de esa locura) Queda estancada, y nosotros estancados con ella, todos rememorando el encuentro ficticio en segundo grado. Es entonces cuando aparece la aridez del mar de arena, que es intento fracasado de vida en el recuerdo de ese sueño, intento que le drena toda la sustancia a su realidad, hasta que la muchacha termina condenada a ser una cascara seca, hasta de esperanza, una Pinocchia rota que mal actúa, que vive, una mezcla tan natural de habilidad verbal para el encantamiento e imágenes tan inocentes, es chorro caliente y borboteante de sangre viva en monstruosidad nueva; o eleación de metales iridiscente, corazón del mundo en torrente de turbulento torbellino, que con el poder de una habilidad sísmica, da peso a todo lo imaginable, mientras lo reacomoda trastocando la telaraña de hilos inquebrantables que conecta a todo lo posible entre sí.
Al leer Circulo vicioso el dolor amargo es tan ciego, que su nitidez descompuesta niega hasta el descanso en la muerte, niega hasta la huida instintiva de cualquier ser sintiente ante tal destrucción (De esas que te oxidan y pudren la mirada) La cuerdas vocales se desgarran en un llanto mudo ante sordos, de aquello que no debería sentirse, de lo que refuta la razón. Solo les puedo recomendar que lo lean varias veces y con atención, es horriblemente hermoso.
Hasta acá los desespero con tanta cháchara, ante los que se leyeron todo lo anterior me despido con una sonrisa torcida, les deseo que la bebida que la Cafetería Literaria les presenta a continuación los desborde primero, luego los empape al transpirarla, y finalmente aumente insoportablemente la adicción y su sed, círculos viciosos hay muchos ¿No?."
Ahora es cuando sería conveniente en aras de un nivel mínimo de formalidad y estructura (Según una idea algo vaga de lo que un metaprólogo debería ser) adentrarse un poco en otros aspectos de los dos escritos de P. Ortuondo, por ejemplo; se puede apreciar que tienen una diferencia entre sí de 6 años, y que no es solo un dato visible en la fecha al final de cada escrito, y es que existe una evolución, en Circulo Vicioso es como si los árboles de Yávanna, la valar de Tolkien (Señora de la tierra y sus frutos) fueran imbuidos con ímpetu atormentado, ya que las emociones se enraízan entonces con vehemencia aun más tempestiva que seis años antes. Con todo y eso (Y es en estos detalles donde el talento es palpable) la juventud más acentuada que se percibe tanto en el tema como en el enfoque y el estilo de Sigue llorando, al ser comparada con el poema en prosa posterior, no da lugar a evidencia de defecto, pues cabe destacar que aunque fue el que vino al mundo antes, siendo algo así como un embarazo adolecente de P, no fue desatendido por su madre y padre (P, su huésped, y personalidades interiores otras varias) no se daño en el camino, ni fue mal criado, no tiene menos presencia y poder de afectación en el lector, las diferencias que existen no menoscaban uno ante el otro, radican en la diferencia de género, ya que como antes esta repetidamente escrito ( Es evidente el afán de llevarle la contraria a la escritora, pero es que es tentador intervenir en escritos que realmente despiertan emoción) Sigue llorando es un relato corto, mientras Circulo vicioso es un poema en prosa.
Para ser más específico, escudriñar los escritos por separado, y despertar expectativa e impaciencia en ustedes ante ellos con la prolongación de este intento de metaprólogo, vienen los siguientes párrafos.
El relato corto bautizado como "Sigue llorando", comienza inyectándonos apasionamiento y sensorialidad, notamos cómo la concentración de esa dosis va en aumento, y en ese proceso, con la corriente que entre las líneas y nuestras venas, empuja aumentando su impulso en el momento justo, cuando la imaginación, la atención, y la tensión están a flor de piel, la dosis cambia su composición abruptamente, permitiéndonos despertar atolondrados de un sueño paralelo al de la amante, así como también nos deja en conexión, vía narcóticos metafóricos inyectados, a sus sentimientos, pues gracias a esta maniobra ingeniosa, sentimos en nosotros el ancla que representa para ella la potencia de la fusión con su amante soñado, percibimos como ella queda igual que las cenizas de cigarro usado, abrazada hasta el filtro por el ansia del fumador viciado, el nicotinomaníaco vendría siendo su amor ilógico (Si, se considera ilógico por axioma, pero éste en especifico lo es tanto que raya en el hipérbaton de esa locura) Queda estancada, y nosotros estancados con ella, todos rememorando el encuentro ficticio en segundo grado. Es entonces cuando aparece la aridez del mar de arena, que es intento fracasado de vida en el recuerdo de ese sueño, intento que le drena toda la sustancia a su realidad, hasta que la muchacha termina condenada a ser una cascara seca, hasta de esperanza, una Pinocchia rota que mal actúa, que vive, una mezcla tan natural de habilidad verbal para el encantamiento e imágenes tan inocentes, es chorro caliente y borboteante de sangre viva en monstruosidad nueva; o eleación de metales iridiscente, corazón del mundo en torrente de turbulento torbellino, que con el poder de una habilidad sísmica, da peso a todo lo imaginable, mientras lo reacomoda trastocando la telaraña de hilos inquebrantables que conecta a todo lo posible entre sí.
Al leer Circulo vicioso el dolor amargo es tan ciego, que su nitidez descompuesta niega hasta el descanso en la muerte, niega hasta la huida instintiva de cualquier ser sintiente ante tal destrucción (De esas que te oxidan y pudren la mirada) La cuerdas vocales se desgarran en un llanto mudo ante sordos, de aquello que no debería sentirse, de lo que refuta la razón. Solo les puedo recomendar que lo lean varias veces y con atención, es horriblemente hermoso.
Hasta acá los desespero con tanta cháchara, ante los que se leyeron todo lo anterior me despido con una sonrisa torcida, les deseo que la bebida que la Cafetería Literaria les presenta a continuación los desborde primero, luego los empape al transpirarla, y finalmente aumente insoportablemente la adicción y su sed, círculos viciosos hay muchos ¿No?."
Sigue llorando
Reía, y con cada risa más fuerte aferraba su mano, casi como si su vida dependiera de ello. Lo amaba, y mientras más se acercaban sus cuerpos, mayor era el deseo de jamás extrañarse.
A ella le temblaban las rodillas, el corazón le oprimía el pecho y cada centímetro de su piel albergaba una felicidad inhumana; a él le faltaba el aire y con cada minuto que pasaba se le imprimía más claramente el perfume de su amante. Sus vidas pasadas parecían tan vanas en compañía del otro. La tensión era insoportable, ambos sabían que faltaba muy poco para nunca más estar separados de nuevo… y despertó.
Tiempo después, años después, continúa recordando aquel episodio funesto. Susurros de un miedo sin nombre le envenenan el alma, en su cama vacía continúa el aroma de esa noche irreal y cuando las sombras de la impávida noche se cuelan por las cortinas de su habitación más corpórea se materializa su soledad.
No lo soporta, perdura el vacío y todavía hoy sigue llorando.
P. Ortuondo, 2003.
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Círculo vicioso
Si mañana llegase a amanecer con sangre sabría que estoy viva. Dentro o fuera de mi piel, pero con sangre.
Un par de bolsas bajo los párpados son el resultado visible de la batalla de la noche anterior; de la histérica lucha entre tu nombre y el mío quienes, a fin de cuentas, llamamos nosotros.
Cual enfermedad incurable insistes sin piedad en evocar recuerdos, proyectando risas y produciendo miedos, reclamas de ellos heridas profundas, cadáveres de sueños y el sin sabor del rumbo perdido.
Los despojos de la voluntad perdida tratan sin cesar de mantener a raya los brutales esfuerzos que realizas para hundirme sin retorno y que en definitiva permito. El dolor se vuelve crepitante, de a momentos siento irremediablemente perdida la batalla y así transcurre una hora. Concluyen dos.
Con el fin de sostener la horrenda sucesión de espantos creados por el tiempo colamos en la mente -nuestra mente- millones de disfraces sin premio. Invertimos vigilias, cercenamos respuestas y mezclamos mi resignación con tu cansancio.
Si mañana llegase a amanecer con sangre sabría que estoy viva. Que a duras penas tengo todavía la oportunidad de enfrentarme contigo y de pelear conmigo… otra vez.
P. Ortuondo, 2009.
Reía, y con cada risa más fuerte aferraba su mano, casi como si su vida dependiera de ello. Lo amaba, y mientras más se acercaban sus cuerpos, mayor era el deseo de jamás extrañarse.
A ella le temblaban las rodillas, el corazón le oprimía el pecho y cada centímetro de su piel albergaba una felicidad inhumana; a él le faltaba el aire y con cada minuto que pasaba se le imprimía más claramente el perfume de su amante. Sus vidas pasadas parecían tan vanas en compañía del otro. La tensión era insoportable, ambos sabían que faltaba muy poco para nunca más estar separados de nuevo… y despertó.
Tiempo después, años después, continúa recordando aquel episodio funesto. Susurros de un miedo sin nombre le envenenan el alma, en su cama vacía continúa el aroma de esa noche irreal y cuando las sombras de la impávida noche se cuelan por las cortinas de su habitación más corpórea se materializa su soledad.
No lo soporta, perdura el vacío y todavía hoy sigue llorando.
P. Ortuondo, 2003.
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Círculo vicioso
Si mañana llegase a amanecer con sangre sabría que estoy viva. Dentro o fuera de mi piel, pero con sangre.
Un par de bolsas bajo los párpados son el resultado visible de la batalla de la noche anterior; de la histérica lucha entre tu nombre y el mío quienes, a fin de cuentas, llamamos nosotros.
Cual enfermedad incurable insistes sin piedad en evocar recuerdos, proyectando risas y produciendo miedos, reclamas de ellos heridas profundas, cadáveres de sueños y el sin sabor del rumbo perdido.
Los despojos de la voluntad perdida tratan sin cesar de mantener a raya los brutales esfuerzos que realizas para hundirme sin retorno y que en definitiva permito. El dolor se vuelve crepitante, de a momentos siento irremediablemente perdida la batalla y así transcurre una hora. Concluyen dos.
Con el fin de sostener la horrenda sucesión de espantos creados por el tiempo colamos en la mente -nuestra mente- millones de disfraces sin premio. Invertimos vigilias, cercenamos respuestas y mezclamos mi resignación con tu cansancio.
Si mañana llegase a amanecer con sangre sabría que estoy viva. Que a duras penas tengo todavía la oportunidad de enfrentarme contigo y de pelear conmigo… otra vez.
P. Ortuondo, 2009.
así termina la transmisión de la cadena presidencial Número 2.
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