jueves, 18 de agosto de 2011

Santa.

A la que oiría sin preámbulos.

no sé porque fue pero se me salió al final de la clase, cuando ya no había nadie.
Elena me miró sopesando la posibilidad de hacerlo. Me dijo que le ayudara con sus cosas y luego que sí. Fuimos a comer afuera de los límites de la Universidad, hablamos un buen rato mientras comíamos. Yo andaba en modo conquistadora, sonriéndole a la Mujer. Ella haciéndose la pendeja o dejándose querer. Ya van varios años que veo clase con ella y cada día me gusta más. Viernes.
Tomó mi mano, siguiendo con mi flirteo. Yo me acerqué hasta poder oler su aroma almizclado, verme en sus ojos reflejada y acariciar sus labios finos, rosáceos.
Empecé por contar sus disfraces. El más traumático para mí es el de dinosaurio morado. Como es una flaca sexy, literalmente parecía una curita morada con el centro lleno de flores de colores. Horror. Raro en definitiva pero adorable.
Del resto es mejor no hablar, es preferible aprovechar que hoy se ve sexy. El rubor en sus mejillas junto a mi sonrisa de pena. Empieza a tomar cancha el alcohol en nuestras sangres. La invito a un club para seguir tripeando sin rollos, de todas formas ella paga.
Ni corta ni perezosa nos vamos a bailar a un local cerca de su casa y con buen ambiente. Baila como una diosa embriagada de ambrosía, moviendo las caderas a un ritmo frenético, invitándome a más. Así que, en medio de una canción X, me besa de improviso. Se lo devuelvo y me sonríe: está ebria pero no me importa.
La sigo para irnos, maldita ciudad de la furia que no me deja quitarle las manos de encima. En su carro me deja admirar -no hay otra palabra- su torso pálido y me pide que la acaricie mientras conduce a su apartamento. La beso repetidamente. De pana que esta mujer me embriagó demasiado y la risa surge de mis labios sin saber muy bien por qué.
Se detiene el carro y yo igual. Se mira en el espejo, respira profundo y alza su mano. La dejo acomodarse y centro mi atención en el seno de sus pechos que elevan una plegaria en mi nombre. La beso una vez más, un poco más sobria, tímidamente. Ella se metió bajo mi blusa y me la quitó en menos de lo que tarda un parpadeo.
Se detuvo y me arrastró a su apartamento crema, dorado y negro. Minimalista. Sofá de cuero negro terso. caí en unos cojines de satín mientras desabrochaba su bustier de seda. Su aliento exaltaba mis sentidos y mis manos la recorrían con rápidez. Pantalones afuera. Ella encima de mí, sus piernas broncíneas apretando mis caderas, sus manos en mi espalda y sus labios mordidos por los míos: iniciaba el juego.
Le dije la frase más ridícula que podía pensar: "Sé mi Romeo y por ti mato a la envidiosa luna". Sólo por esta noche, me responde escuetamente, introduciendo su lengua entre mis labios ansiosos. Empieza a llover. Siento su pecho vibrar bajo sus senos erectos. Nuestros fluidos empiezan a mezclarse rítmicamente. Jadeos. beso, gemido, beso. Su mirada enloquecida de placer y esfuerzo. Cede bajo la presión y la ola me invade con un grito. Cambio y a los minutos se queja en mi cuello. Descanso. El sudor hace que huela a ella. Me mira complacida pero con ganas de más y en eso pasamos la noche.
Tabla rasa en la mañana. Me despierto en un sofá desnuda y mis cosas a un lado. Ni idea de dónde rayos estoy. Necesito un baño, huelo a otra persona. Aún húmeda exploro este lugar. La ducha suena y entro al baño. Elena está ahí y sin pudor me invita a pasar.
"¿Como dormiste?". Sonrisa cómplice.
"Bien ¿y tu?".
"No pasó nada, ¿entiendes?".
"Claro, jefa. Por cierto, te ves genial toda mojada".

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