Atrévete a acercarte hasta la cabecera
repujada de madera de mi cama.
A decirme que me quieres, perro,
que de verdad me amas,
nunca me hiciste sufrir
con tu brutal indiferencia.
Atrévete a bajar al nivel de mi rostro.
Acaricia mi rostro con tu aliento,
conténte un momento
y seca de mi rostro demacrado
todas las humillaciones recibidas.
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