-Toma tu café, sin crema y con azúcar, nena.- sonrió Elise-Ven, sientate. Tengo que hablarte-.
-Éstá bien pero déjame contarte algo primero. Te contaré una pequeña historia. Duermo plácidamente. Mi subconciente proyectó una pelicula medio rara: en un prado verde, lleno de flores. Corro, no levanto ni un granito de tierra. Hay flores de todos colores. En un estanque se acumulan lirios, flotando en la orilla, blancos y de terciopelo. Desde luego, me llama la atención unos petalos de una flor en específico, en la otra orilla del estanque. Se posa una mariposa verde en un petalo exterior. Me gusta cada ves más ese lirio. Rodeo el estanque. Curiosamente, ése lirio está iluminado por un rayo de sol que lo hace brillar tenuemente. Paso a paso me acerco imbuida en un aura de timidez. Cuando tomé la flor, el soplo de viento me lleva tu nombre, tu recuerdo, cuando te conocí. El primer momento que te vi, al entrar en la universidad. Por el color rojizo de tu pelo, te noté y te sonreí-.
-Oh si, ya me acuerdo. Te acercaste en plan de conquista. Y me gustó eso de ti. Te sonreí de vuelta y enrojeciste hasta las orejas. Te me acercaste, me preguntaste cómo me llamaba y nos pusimos a conversar. Al rato, te tuviste que ir a nosedonde, me diste tu celular y me besaste en los labios. Sabían a menta-.
En este preciso instante, entra por la ventana una pequeña mariposa verde y se posa en una de las tazas de café. En la de Marié.
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