para Astrid Baptista, como si conociera a otra...
Creo que empezaré este cuento justo donde debí comenzar casi todo mi futuro, en mi vuelta a Caracas.
Si, siempre me he visto con una gran carrera en el mundillo de los medios. Venezuela me otorgó una beca para que me fuera a estudiar a París y yo tipo gracias, aproveché para sacar el potencial de mi talento.
Si, suena estúpidamente egoista pero es la verdad. Tomé fotos hasta que me cansé de mirar.
Y vi tus ojos mirándome a través del montón de gente en el aeropuerto. Tus ojos. Suspiro.
Y acabo de ver que, mientras escribo, ha pasado otro año bonito y quizá aburrido de actividades para la chica que un cumple año más.
Sé que no estuve ahí para felicitarte en tu graduación. Y de no ser porque vi las fotos, casi lo olvidaba. Lo admito.Y que había olvidado que te había prometido, estar ahí para felicitarte.Y no estuve. Debería lamentarlo pero no sé si hacerlo en público.
Puedo sentir que te sonríes para disimular lo incómodo de lo escrito arriba. Es como una audición para una exposición, una canción que te hace recodar alguna picardía, una sonrisa de coqueteo, una amiga con quien compartir experiencias. Esa sonrisa que, para bien o mal, se dibuja en tu cara y yo la retrato.
Es algo raro. Nunca pensé que pasaría que al final de tanto rogarte, tomarías un avión y que te recibiría en el aeropuerto de algún otro país, pero eso no es lo que importa. Lo importante es que volvía.
Veía lo que es recordar las líneas que hacía tiempo no veía. El agua lamiendo las montañas cual helado de tierra. Veo magia. Y ella me pone a temblar dentro del avión. Entre mis cosas, adoro las cosas que traje especialmente para ti. Supongo que te conformarías con cualquier cosa. Pero decidí andar buscando el objeto ideal justo para ti.
Lo encontré en una pastelería, justo donde nunca busqué. Encontré un chico pastelero con manos hechas, casi literalmente, de chocolate amargo.
Fue en una tarde lluviosa, fría como nada en este mundo. En que no sabía qué más mirar.Y me atrajo el olor del dulce veneno que se derrite en la comisura de los labios, de esa sonrisa, tan tuya y tan mía que no debo dejar de mirarla.
Mi reproductor murió antes de la mitad del vuelvo. Dormí. Y tuve pesadillas por culpa de los nervios. Soñé que no podía ver más allá de mis pestañas. Que no volvía a ver tu hermosa silueta caminando por los alrededores de mi apartamento. Me angustiaba pensar que no volvería a verte diciéndome que me adoras. Que estás ahí y que mi patria sigue igual a como yo la recordaba. Pero sé que me engaño: mi patria sigue ahí con las mismas montañas pero sin las mismas costas, las faldas de mis hermanas siguen en mi maleta de recuerdos. Las brisas mueven los mismos árboles, cantan los hijos de los primeros cristofués, quiero recordar a qué sabe la tierra que lleva el viento de Araya. Hundirme en las costas de Todasana. Y no recordar más que el sonido del mar cuando se estrella en la arena, subrepticiamente en los dedos de mis manos que no aguantan más que cuando se puso el sol en el momento en que dije que jamás volvería, sino hasta que la nostalgia se haya ido por completo. Y así ha sido. Ya entiendes porqué volví.
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