viernes, 28 de enero de 2011

Blue Girl.


No, esta vez no pongo tu apellido. Con su nombre sólo me basta. No sé si tengo tu permiso pero no me importa. Ahorita ando en una onda de no importarme las reglas, típico de síndrome navideño. Me provoca gritar: No a las reglas. Pero no lo haré por consideración a los vecinos. Tengo miedo a volar. Justo ese es el subtítulo del cuento de la pana. Es una chica hipermega-interesante: es la propia bohemia citadina. Me encanta su estilacho al escribir. Al vestirse. De alguna u otra forma, así me veia cuando estaba chiquita que sería cuando fuera grande. Aunque sin el afro, me gusta más mi estilacho con ondas. Es más hippie. La niña es super sexy, literalmente: tiene unas curvas que matan. Y, a veces, hace unos comentarios que me hacen tenerle un respeto disímil a la admiración que siento por lo que escribe. Es una chica que absorbe con la mirada. Poco a poco, he tratado de que se muestre como la gran autora que puede llegar a ser.
A continuación, mi cuento favorito de la semana. La pasada y la que corre.
He dicho.

Finatas andanzas.

Miedo a volar: una luz empedernida en mi cerebro. Miedo a volar: un libro famoso. Un manual perfecto de la perversidad (en práctica, señorita, en práctica). Sus hojas contenían las verdades exactas de la femme fatale. Las condiciones efectivas para atrapar moscas hombres. O para convertirse en una mosca muerta entre manos de hombres.

La protagonista tenía una única cualidad que yo compartía: nalgona. Era nalgona según la descripción de la escritora, y eso le bastaba para tener al hombre que quisiera. Chocolate, pasteles o trufas agravantes de su condición se celebraban a cada rato bajo la voz masculina de un coprotagonista. Nalgona, pensé. A tragar grasa pastelera. Estoy lista. ¡A volar!

Pese a la voluptuosidad de las caderas representativas de la mujer, ser nalgona no bastaba para metamorfosear a la protagonista en mis carnes. La nalgona aquella era truchamente trucha. Listísima en el arte de reducir la realidad a experiencias traumático-infantiles con la finalidad de justificar sus tantas mentiras e infidelidades. Mi infancia, cristal sabor chicle lleno de recuerdos gelatina, no bastaba para ingeniármelas. Necesitaba algo de maldad macho-teniente. Era preciso aprender de un ente masculino que codificará aquellos perfiles que la protagonista podía descifrar sin problemas para tomar ventaja. Necesitaba ayuda profesional, y Benjamín sería el maestre de mi iniciación en la conquista masculina.

¿Benjamín, bombón acaramelado, qué les gusta a los hombres de las mujeres? No mientas. Dime en serio. A los hombres les gustan las mujeres inteligentes. Ajá. Diez palabras diarias en latín para impresionar con mi léxico galáctico. Nalga y plural. Pluralidad del verbo. En serio. ¿En serio qué? Sudor nervioso en sus axilas, estremecimiento en su frente. Ash…

En realidad, Benjamín nunca pudo ayudarme en nada. Su conocimiento sobre las relaciones mujer-pene era mínimo. El nerviosismo de sus piernas apenas y lo podía controlar al ver mis calcetas mojadas por mi orina. Su olor a perfume barato me mareaba. El agobio me provocaba una especie de nerviosismo que me hacía sospechar de mi amigo: él sabía la clave para controlar a la machunidad, pero por alguna razón jamás me la diría. Era un posesivo. Un celoso. Un enamorado desesperanzado. Era uno de aquellos adolescentes enajenados con su guitarra. Me tocaba las canciones de su banda favorita y yo me aburría. Sus labios, encarnecidos en notas derrochadas, me cantaban boleros llorosos, mientras sus ojos recorrían la línea de mi falda. Que fastidio de romanticismo. Lo único que yo quería de Benjamín era el password secreto para abrir la mente de todo aquel varón-hombros-anchos-mente-angosta que se me cruzará en mi camino, y Benjamín tocando cursilmente, vilmente, cursihorriblemente. ¡Ay Benjamín, ya dime…no seas mala onda! Benjamín hundido en las manchas de sus ojeras a causa de horas desveladas pensando en cómo conquistarme. ¡Que sí! Pero somos amigos. La verdad es que eres muy… lindo, pero a mí me gusta Alejandro. (¿Alejandro, quién? ¿Cuándo? ¿Cuál?)

El manual lo decía: mantener prendida una velita. Ser perra hasta el extremo. Dejar un rastro de perfume hormonal a tu paso para que todo macho te montara sin ser montada. Y Benjamín, víctima de un chupetón en el cuello que la arañaba el estómago y le provocaba espasmos en el vientre, me veía huir mientras corría inventándole que me gustaba alguien más.

La verdad es que cuando permanecía sola, en silencio, tratando de contemplar el rostro de todos los muchachos que me gustaban, no podía imaginar a ninguno en particular. No había sonrisas que me provocaran ternura en mis pechos, o alegría en mis pies. No había ojos que me hicieran sentir cariño azul. Mis sueños estaban vacíos de una forma masculina a la cual querer. Lo único que podía pensar era fornicar con aquellas sombras grises inhumanas, para luego ir corriendo a los brazos de Benjamín y platicar frenéticamente sobre la cremallera ideal.

Miedo a volar: la lista de todos aquellos de los cuales la protagonista se había enamorado. Sus cremalleras fantásticas. Inigualables. Yo, ingenua de mis conquistas, escribí mi lista a fuerza de recortes imaginarios: Urbano. Bebedor empedernido. Junior abaratado que lame excusados.Estudiante de inglés chafa de los Beatles hippies y Queen mona. Judío franco parlante, voceador de la justicia israelita. Periodista agresivo, abandonado por la justicia editorial. Maestro particular de literatura. Uno en dos. Dos en uno. Estudiante contador. Coño empresarial. Maricón medio amariconado, que tocaba varios instrumentos, leía poesía en voz alta y me manoseaba cada vez que se dormía en el cine. Benjamín, piel blanca mantequilla...

¿Benjamín? ¡Demonios! Mi plan estaba siendo boicoteado. ¿Quién se enamoraría de Benjamín? ¿Quién iba a querer pasear con él en aquellos autobuses, y tomarle de la mano mientras vestía esos horrible jeans y converns sucios? No, yo no. Todas menos yo. Jamás abrazaría su espalda llena de bultos hormonales. Ni mucho menos olería su entrepierna peluda. Sus labios por mi cuello... ¡No! La lepra benjamínica. Corazón. ¿¡Amor!? A la relectura del manual encontré medidas extremas que me ayudaron a encontrar la solución a la fiebre benbubónica: salir a la calle, atormentar.

Benjamín, vamos a tomarnos un café. No seas malo. Por favor, necesito salir.

Caminando, escuchando el asfalto de la marea urbana, pensaba en mi andanza conquistadora sobre la dominación del macho Benjamín. Mi cabello alborotado. Labial rojo. Una falda corta y calzones con holanes rosas. Mira Benjamín ¿te gustan? Benjamín y su erección. Jajaja, eres un cerdo. Ándale, que tengo que ligarme a alguien. Observa a la hembra en busca de la libertad.

Al paso gitanesco de mi búsqueda vi la forma andrógina del cuerpo esbelto y alto de un muchacho. Cabello lacio carbón. Piel morena canela. Ojos intensos. Vellos arena. Pie grande. Camisa a rayas gris. Pantalón de mezclilla prensado. Olor a pene. Pene grande. Grandes penes. Cremallera celestial. Benjamín, espérame aquí. Si no regreso me fui con él.

Benjamín paciente espera. Benjamín paciente esperó.

Dos horas bastaron para recorrer el museo, tropezarme con el candidato e irme a comer con él. Otras dos para que el susodicho me llevará a su casa en Polanco, me desnudará, y al momento de la penetración se malviajará con choros sobre mi virginidad. Portazo en el garaje. Gritos de ahogado. No, de verdad no. Un taxi y mi mueca asustada. Adiós. Una hora después, con la falda mal puesta, volvía a mi terreno de salvación. Noche áspera. Benjamín en su cuarto tocando la guitarra. Entré a su habitación y le conté llorando mi odisea. O sea, tenía el pene super chiquito. No te imaginas, era como ver mi dedo gordo con forma de pene. Pinche Benjamín eres un idiota. ¿Por qué no me esperaste? ¿Qué tal que era un psicópata? ¿De qué tamaño es tu pene? Déjame ver. En respuesta, dentro del calzón, la mano encontraba una carne arrugada con tendencia a la desaparición. Benjamín eres un maricón.

Confusión hormono-sentimental. El libro le echaría la culpa a las estaciones del año y al consumo frenético de los amorosos de emociones tormentosas. Pero yo se la echaría a mi vagina egocéntrica, alimentada constantemente por el sentimiento de poder sobre Benjamín. Sus mejillas rojo caramelo cada vez que me le acerca me daban poder. Creía que era la única mujer del mundo, capaz de manipular sus pensamientos, jugar con sus deseos, y destruir cualquier persona que se le atravesará en el camino. Controlaba sus conversaciones, sus oraciones, sus cuadernos de clases. Aromatizaba su mochila con mi perfume. Lo visitaba todas las tardes para asegurarme que hiciera mi tarea y después saliera conmigo para ver chicos. Lo obligaba a recitarme las veces que me rescataría de mis enajenaciones y la cantidad de dinero que se gastaría en mis caprichos. Le mancha sus playeras con mi lápiz labial. Me sentía la olla de las palomitas de maíz. En cualquier instante podía hacer explotar a Benjamín. Hacía arrastrar en la penumbra a los Benjamines que me querían bien, pero que eran demasiado sutiles y torpes. Benjamín el idiota. Benjamín el imbécil. Benjamín el muerto de hambre. Benjamín, el tonto Benjamín que se conformaba con verme reír con mis porquerías. Y yo, inventando cada día más y extraordinarias chorradas para sorprenderlo.

Llevaba a la perfección el manual. No sabía lo que era el miedo a volar, y conseguí acostarme con varios tipos. Me acosté con todos los que pude. Confundida, los abrazaba a todos por el cuello pensando en cómo huir, y mientras desesperados intentaban desvestirme, suspiraba y gimoteaba el nombre de Benjamín. La turbulencia de mi ataque infame entraba en catarsis al llamar a Benjamín por las noches al mismo tiempo que fornicaba con sujetos indeseables. Ay, Dios. Al fondo del teléfono un lloriqueo. Ay…Dios me va castigar.

Efectivamente. Dios me castigó. Benjamín empezó a faltar a clases. En su casa, su hermanita me decía que no había llegado aún, que no había ido a comer, y que no había dicho si regresaba. Me pasaba toda la tarde sentaba en la banqueta, esperando a que Benjamín llegará a su casa para poder estar con él y contarle mis falsas aventuras. Aquellas canciones que él me cantaba empezaron a tomar sentido. Las escuchaba y mi corazón se conmovía hasta arrojar golpes de inquietud. La maravillosa laguna de la tristeza. Su cuerpo tomaba la forma del hombre deseado debajo de mi cama. Benjamín ¿a dónde fuiste? Te esperé toda la tarde. Escuché la canción que el otro día me cantaste. Cancelé mi cita con aquel tipo que te conté. Invítame a pasar a tu casa. Ándale. Te extraño… Te extraño, ándale… ¡Nada! Benjamín se negó con un portazo que me reventó las venas de la nariz. Sangre cobre a borbotones. Dolor. Lloriqueo. Dolor estomacal.

Maldito libro. ¿Dónde dice cómo recuperar a Benjamín? ¿Dónde estas las palabras mágicas para curar un corazón herido? Miedo a volar. Más citas, más chicos, menos Benjamín. Más borracheras, más fiestas, menos Benjamín. Más angustia en la garganta cada vez que me abría un pene, más dolor en el pecho cada vez que amanecía con alguien, más estremecimiento cada vez que Benjamín no me abría la puerta, y unas ganas enormes de querer arrancarme la cabeza a golpes y morir el día que lo vi saliendo con una chica de su casa. Maldita. ¡Es una puta!

Pasé muchas tardes sentada a la orilla de la banqueta, comiendo impulsivamente chocolates y tomando cerveza. Deseaba ver el contorno de Benjamín cruzar la calle. Quería despertar en las mañanas oliendo a su piel.

Cuando por fin pude ver a Benjamín me abalancé para sostener su brazo. ¡No te suelto hasta que entremos a tu recámara! Por favor, te juró que no te voy a contar ninguna de mis tonterías. Necesito hablar contigo. Por favor. Un suspiro pesado de su aliento. El paso arrastrado. Su cabello mojado con olor a manzanilla. ¡Benjamín, por favor!

Su mirada ya no era la misma. Era como si un santo me viera en la condenación del infierno. Sus ojos negros brillaban de un coraje extraño. Apenas y me dirigía la palabra. No. No. No. Monótonos “nos”. ¿Estás enojado conmigo? No. ¿Ya no quieres que te venga a ver? No. ¿Quieres ir al cine? No. ¿Me has extrañado estos días? No. Ya me voy. No. No. Mi plan no funcionó. Benjamín, el ridículo enamorado, se había desenamorado de mí, mientras que yo había descubierto que todas las putadas que había hecho eran para demostrarle todas las cosas que podía hacer con él y por él. Todas las veces que me desnude enfrente de otros era para demostrarme que podía desnudarme en frente de él. Todas las tonterías que le contaba eran para decirle que lo quería y que por él estaba dispuesta a destruirme en la perdición.

Al rescate. Al rescate de mis pensamientos. Al rescate del amor vivo. Al rescate retorcido del amor eterno. Benjamín, te quiero. Un aventón a la cama. Besos, mordidas, jalones de pelo. ¡No, espera! Sí, que sí te quiero. ¡No, que no! ¡Ándale! Mira ¿te gustan mis pechos? Sí. Uy. Quítate el pantalón. Siempre te quise. Perdón. No. Que sí. Patadas. Arañazos. Ropa volando. Un gemido, dos gemidos. ¡Ay Benjamín! No. ¡Que no puedo! ¡No! ¡Mi novia esta embarazada!... ¿Embarazada? ¿Quién demonios se embaraza? ¡Maldita perra!

Miedo a volar. Miedo a volar con Benjamín. Le negué el viento de mi cariño. Lo desplumé vilmente. Lo dejé como un pajarraco deforme sin alas. Le di alas. Se las arranqué. Lo aplasté como oruga emborrachada de chapopote, y además cuando se recuperaba, lo aventé como inválido en su silla de ruedas hacía el balcón. ¿Embarazada? ¡Que estúpido! ¡Que tarado!

¿Embarazada tu novia? Si ni bonita es. ¡Es horrible, parece bruja! Benjamín eres un idiota. Cachetada dolorosa. ¡Ojalá te mueras por imbécil! Patadas en las rodillas, cabellos en el suelo. No es cierto. Te quiero. Perdón. Jaloneos ¿Perdón de qué? Perdón. Amor. Familia. Casamiento. Me quiero morir. Si tú no estas… ¿Qué hago? Me voy a morir. No. Sí. No. ¡Pinche vieja puta! Lloro... Perdón. Me voy. Por ti.

Un corto adiós.

Mi corazón, mutilado en múltiples cachos de tejido muerto, lloraba por Benjamín el amórfo. El principito abandonado voló al cielo. Llorando de espaldas a la ventana me hundía en su recuerdo perdido. Llorar ahogándome en histerias desoladas. Benjamín anuncio de mi sueño.

Años después, durante días ahuecados y noches parranderas seguí practicando el manual del miedo a la perfección. Encontré a nuevos Benjamines. Todos con diferentes finales. Todos destrozados. Todos me destrozaban. Era como si cada uno de ellos iniciará un viaje interminable de luchas inacabables, infidelidades brutales, miedos y lágrimas.

Al final me cansé. Al final la protagonista se cansa. Al final todo mundo se harta. La igualdad del desconsuelo. Lejanía. Indiferencia. Armonía falsa.

La protagonista nalgona, se queda sola, bañándose en la tina de su habitación. Sola, pensando que deseaba ser perdonada y continuar la historia de una manera moderna, original. Seguir puteando hasta la gonorrea. Yo decidí casi lo mismo, pero la gonorrea me había empezado ya. No podía dejar de putear.

Benjamín y mi soledad.

viernes, 21 de enero de 2011

Psicosis.

Pero amarme demasiado no es problema si no impide nada más.
Irene Rondón.

¿Alguna vez le has tirado piedras al sol de noche?¿Sacado el dedo al sol de las 5 de la tarde? Abuelita siempre lo hace. Es harto divertido la perversión de una idea tal que provoca volverla a escribir y descubrir que no es sólo tuya. Gritarle al mundo en un susurro que lo que más quieres es describirlo en un verso yámbico. Capturar la luz de un momento extraño para siempre.
Grabarlo en piedra caliza.
Bebértelo de un trago y escupir fuego en el cruce de una vía appia.
Tratar de no conquistar una ciudad y no enamorarte de un rayo efímero de luz. Sin llorar. Sin reir. Sin mirar. Sólo tocando con la yema de los dedos. Sintiendo cada madeja de hilos consecutivos, cada partícula de contaminación minando tu piel de cuarzo. Sosteniendo firmemente en tus caderas, el peso del mundo entero. Y, por medio del vaiven de tu caminar, nos das la noche y el día.
Te alejas como si nada pasara: ni te percatas de la responsabilidad que contienes. Que no debes ser perturbada porque ocasionarías una explosión mayor que la de Pandora. Pero tú, en cuerpo entero, eres un misterio, así, te sigo. Te sigo, porque traes el arcoiris en tus hombros y proclamas la lluvia con tus suspiros. Paras en una esquina, examinas el lugar alrededor tuyo pero no me ves: no puedes verme. No se porqué eso me alegra infinitamente. Quizá tiene que ver con el hecho de que me encanta verte, acariciarte con la brisa del oriente y suspirarte que eres la que sigue en mi lista.
Hago todo, excepto lo último: no debo llevarte conmigo aún. No quiero, ni puedo siquiera apagar la luz que emanan tus ojos. Ni cortar el reflejo de la luz del sol de las cinco, reflejos rojizos. Me apuntas con el dedo que no debes, no es digno de una dama. Percibes mi sombra a tu lado. NO quiero mirarte a la cara, porque será lo último que veas. No sería justo. El sol baja por tus caderas, poco a poco se oculta tras la cima de tu trasero. Sigues caminando, el accidente es casi inevitable, invisible. Y caes directamente a mis brazos. Te sostengo y te digo la última cosa que habrás de oir, antes de cerrar los ojos, "Te amo más que a mi almohada". Cierras los ojos, exhalas la última cosa que se sabrá de ti; un mustio Gracias.
No dejo identificación. Nadie se percata de tu cuerpo inerte. El mundo sigue, ya ha encontrado alguien que te reemplace, con el mismo vaiven de tus caderas. Pero otro cabello, otro arcoiris. Un reflejo distinto, que le hace la luna. Será la victima de algún victimario y no está en la lista. Siento la brisa del oriente levantar el cuerpo inerte junto a mí, ella camina a mi lado, mientras yo sigo buscando.

A Génesis Reyes.

viernes, 14 de enero de 2011

Mochuelo


He esperado mucho para subir esto acá. Hopefully, comming soon to Mexico city. Cruzo los dedos.

Hola: hoy te hablaré de mi grupo favorito. Ellos son paisanos míos -te preguntarás de dónde soy, pues de Venezuela-. Vienen de Maracay, estado Aragua, Venezuela. Se llaman “Mochuelo”. A ellos los pondré como ejemplo de lo que pasa en la movida rockera emergente venezolana –quizá pase en otras partes del mundo pero no me consta-. Este primer texto que te escribo es para recomendarte que los escuches, ya que la voz de la vocalista es lo máximo: Mariana Rengifo. Mientras te escribo, escucho su primer disco homófono: Mochuelo –te confieso, se está repitiendo la misma canción desde hace unos veinte minutos: “En mi cuarto”-. Ellos despuntaron en el 1er Festival de Nuevas Bandas de 2004, celebrado en Caracas –mi ciudad-. Hace poco, me gané una entrada para verlos en el ‘Hard Rock Café’ de Caracas, gracias a esta canción. Por razones que te podría explicar en otra carta pero ya en privado, no fui. Mochuelo, desde su formación, ha luchado por poner un tema en la radio –cosa que hace unos años era duro de poner-. En Venezuela, hay muy pocas estaciones que le dan promoción a las bandas emergentes, aunque es mandato de la Ley que la mitad de la programación de éstas sea producción nacional –por lo general suenan remixes de canciones que son ‘clásicas’ en el repertorio “nacional”-. Cualquier género. Debe ser una cosa genial el escuchar una canción de tu autoría o tu voz en la radio. Ya le cambié la canción al reproductor, ahora está sonando “Me Desenfocas”, su primer sencillo promocional –sonó bastante cuando salió, me acuerdo porque sonaba bastante en mi estación favorita “La Mega”-. Rock alternativo con un poco de pop. Te confieso que la voz de Mariana es demasiado sexy. Suave, dulce incluso. Si te gusta el rock ligero ellos te gustarán. El año pasado (2009) sacaron su segundo disco: “Un tanto más”. Es totalmente diferente al anterior, tiene más electrónica y pop, con algunos toques rockeros. Denota madurez como grupo, mas adulto joven. Cambió a: “Desapareces”, otra canción del primer CD, es una canción que me gusta bastante pero la he estado escuchando por varios días seguidos así que la cambio. Coloco una canción del segundo CD: “La reina del lugar”, deberías verme; sacudo mi cabeza al ritmo de las primeras notas. Mariana se mete en el personaje que describe, una chica artificialmente ‘hermosa’. “Que se maquilla hasta para ir a la esquina”, dice. Muestra sus ‘atributos’, caminando de una forma singular. Me da risa esa canción. Por último suena “Luna”, esta canción “me mata”, literalmente. Es una balada preciosísima. Lo único que espero es que ellos vengan la ciudad de México –tipo Mariana Vega o Los Amigos Invisibles, que vienen con frecuencia-.

Aquí abajo te dejo los links –videos en youtube- para que veas quiénes son estos chicos y su dirección de contacto por Facebook.

http://www.youtube.com/watch?v=XUXi6L7XBRg&NR=1

http://www.youtube.com/watch?v=dqyxNeuc7N8

www.facebook.com/grupomochuelo

www.twitter.com/grupomochuelo


miércoles, 12 de enero de 2011

Psique.

Había una vez una chica llamada Emma. Era una chica con suerte, tenía cualquier cosa que se le antojara, hasta una vez que intentó suicidarse. Alta, joven e inteligente, con una figura un poco curvilinea y ojos literalmente del color del café negro. Con su cabello podía cubrir su busto generoso. Sin darse cuenta sonríe al reflejo de su cómoda, un espejo con ribetes de plata.

De plata su cepillo. Susurra las cerdas al frotar su cabello. Hipnotizada, escucha un ruido explosivo. Como una lata perforada y con su contenido agitado, saliendo como una cascada de un agujero muy pequeño. Como en un delirio, se desaparece el espejo. Aparece una puerta esmerilada ,de un tono verdoso, entreabierta. Sale un chico diciendo: "Soy Carlos, corre. Entra ahí". Emma se levanta y obedece rápidamente. Él la sigue y cierra la puerta sin hacer ruido.
Del otro lado de la puerta aparece de una corriente de humo otra mujer, llamemosla Beatrice. Camina un poco por la habitación, lentamente, reconociendo los diversos detalles en arabescos. En su salida, Emma ha dejado su cepillo grabado. Bea lo recoje y se lee una E rodeada de sibilantes líneas. Inhala profundamente, diciendo "Ella estuvo aquí, puedo sentirlo".

Emma se pregunta si ha hecho algo para molestar a esa mujer que ahora ocupa su cama mientras la espía por la cerradura. Poco a poco, se entumece por una corriente de aire que eriza su piel. Se distiende, sonríe. Voltea y mira a Carlos, tiene la mano en un bolsillo. Saca una bolsita con un polvo blanco. Coloca unos gramos en la palma de su mano y le ofrece a ella un poco. Se niega y se limpia la frente sudorosa. "Ha comenzado a hacer calor", piensa. "Que haré dentro de un clóset con un tipo que se droga y no quiere sexo".

Bea ha empezado a revisar las cosas de Emma. El esmerilado ha desaparecido y el espejo vuelve a su lugar. Bea se mira en el. Mira la forma del espejo, redondeada y descubre un mechón de cabello atorado en la base. Lo toma y Emma grita quedamente. Perpleja, Beatrice pasa los dedos sintiendo ese mechón. La invoca.

Carlos le toma la mano para que no pueda volver a salir, obedeciendo al llamado. En cambio, se interna hacia la oscuridad que se extiende ante ellos. Salen a una especie de prado pero ella ya no puede avanzar más. Beatrice la invoca con más fuerza, jalandola hacia atrás. La luna ilumina el prado y puede volver a ver el rostro de Carlos, con los ojos rojos.

Sintiendo culpa, le suelta la mano y echa a correr. Carlos la sigue y la obliga a aspirar polvo. No la deja salir. Bea grita su nombre con una fuerza orgásmica. Emma se debate entre Carlos y Bea.
Finalmente, despues de tanto temblar, su cepillo cae al piso. Hace tanto ruido, que Emma reacciona y lo recoje. La habitación estaba cerrada con llave y Bea la esperaba sentada tranquilamente en su cama jugando con la madeja de cabellos castaños. Le dice "Aqui estoy, no puedes descansar de mi. No lo intentes".

A ella.

martes, 4 de enero de 2011

Soliloquio a Esther Seligson.


A Gina

If only one’s whole life

Could consist in certain moments...

Anne Carson, The Beauty of the Husband

Y cada cual con sus recuerdos, su dolor, sus cicatrices, cada cual con sus muertos al hombro, los miedos, el niño que fue, su hambre, sus pesadillas colgadas al filo de un amanecer sin luz, cada cual tan soledad tan con nadie tan silencioso, escindido. Dime de qué colores fue el amor, el amor que fue que sería que estuvo siendo, di en qué puño cupo, con qué dedo lo tocamos, qué sílaba encerró su embrujo y cómo, acedo, de buenas a primeras reventó ampolla, fagocitó, cómo empezó a arder haces de leña. Un recuerdo mellado podrece en cualquiera de los abismos donde se abisma la memoria, y más lejos sólo el vacío, ningún corazón se renueva en sus cimientos roído, expuesto, cualquier tiempo es tiempo prescrito, y aunque no fuese sincera tal vez debí pedir perdón. Más artero aún, el olvido cava trincheras donde envidioso en la memoria hubo hecho su labor de zapa, no obstante hay ecos que persisten, deseos sin extinguir las voces de su anhelo, anhelo sin propósito, vaga reminiscencia como borde de una herida, ráfaga, imprevista. Y cada uno en el día a día aguarda grave, inquieto, mustio, suspicaz, turbado, ni sabe qué a veces, tantas veces, cuántas dime arrinconamos para mañana la ocasión, el oráculo en desuso, el fuego extinto, la inercia a flor de piel, piel ahíta tejiéndose fugacidad aturullada. «No encontrarás nuevos países / no descubrirás nuevos mares... / Dondequiera que vayas, arribarás a la misma ciudad», se repetía a sí mismo Cavafis acosado por las nimiedades, las despreciables rutinas, triste poeta autoexiliado —como Pessoa y tantos otros— en el destierro de su propia alma; así muchos somos del desasosiego los turbios hijos sin causa, sin razón o lógica: dolientes, nada más

Yo regresé a Ítaca por mi voluntad aunque ahí, nadie hubiese llorado mi ausencia, volví por puro cansancio de tejerme esperas, inventarme islas y sirenas, volví para no perderme en recuerdos —los propios y los ajenos— y andar náufrago recogiendo escombro de un barco no abordado.

Si me preguntan diré que da lo mismo, y no por amargura huraña o por estar a la vuelta de todas las cosas, simplemente se trata de cansancio, de haberse extenuado el ímpetu, extraviado el coraje; no vine aquí para reencuentros, relecturas, algún debe o haber, saldo, pérdida. Toda locura es relativa y pude permanecer en cualquier parte como si fuese finalmente Ítaca. Hay imágenes que atraviesan los años y por sí mismas se evocan, frescas, vivas, sacras: un atardecer soleado, una mañana de olorosa lluvia; las sombras del amor, los sueños, dondequiera se proyectan y a cualquier hora, sólo la infancia tiene un lugar preciso, un intacto sabor irreductible. Nada ni nadie prometen eternidad que por fortuna no existe. Bendito el tiempo y su deterioro, lo que caduca, lo que se olvida, arcilla vil diría el poeta; no se trata sin embargo de pasar inadvertido: de pronto no quiero oír, no quiero saber, prefiero no estar; de pronto da lo mismo, salvo por el cansancio, la opacidad de la Luz, y la boca del estómago. Difícil dar con la palabra justa, escrupulosa, veraz, a fuerza de tanto velo, máscara, sudario, atrofia, ruido, ruido sin tregua, cascarón impropio, demasiadas palabras, y aunque de poco valga protestar me indigno color de uva prieta, me resisto a cambiar de tema, a suavizar mi enojo, a reconciliar mi duelo

Hambre de Luz, sed de ya no-ser, de quebrar el manto de realidad que me asfixia amorfo cristal opaco; maduraron los preparativos de viaje, el desapego radiante centro de nada, ninguna propiedad en mano pues dueños de qué en un mundo de miseria —vivir devasta—, inhóspito paraje

Una miga de pan, un soplo de viento, larga es ya mi porción como una peladura de naranja espiralada pendiente de no sé qué espacio intermedio, una urgencia de partir la habita, un ritmo quebradizo ajeno a la paciencia de estar, una indescifrable desolación antigua huésped perenne de raíces rotas, un árbol que se lleva a cuestas y es morada y es errancia

Se ha consumido mi tiempo a medio camino entre una nada barrida por el viento y una pátina de tristeza —se diría al rojo vivo— que me recubre pétrea con finos trazos de lodo y humo. Cultivé lo transitorio, el asombro, la escritura a mano, leer y releer vigilia insomne, macetas en cada rincón posible, añoranzas de un edén inexistente

Entre la distancia y la lejanía el desencanto como refugio, la intemperie navío, soliloquio metáfora de un universo quebrado, fugitivo que sigue su cauce sin atar cabos; travesía incierta la realidad diluye sus texturas, deshila el cañamazo que une las horas, nada hay nuevo bajo el sol... La soledad no pregunta, es su propia respuesta...

Ciudad de México, enero de 2010

Déjame imaginar una charla con esa señora, te lo pido por favor. Sé que era una señora muy ocupada pero he de crear un escenario para esta entrevista. Este es uno de sus últimos escritos que han salido publicados, la primera pregunta obligatoria sería ¿cómo se siente si se ve publicada en internet? Dado que jamás la he conocido, me daré el lujo de inventar una respuesta agradable. Hubiese dicho, que es algo relativamente nuevo; en comparación a firmar libros y dedicarlos a gente que realmente admira mi trabajo. Por ejemplo yo. ¿Podría firmarme esta carta? Claro, de todos modos, ¿qué pierdo con firmártelo? Nada, por si acaso, me llamo Bárbara Guevara. ¿Cuántas obras ha escrito? No, chica, si te contara. Van un montón, creo que son 20. ¿Ha sido divertido escribirlas? Si, un montón. ¿Algo que haga en su tiempo libre? Paseo, asisto a conferencias, tomo café, como un montón de chocolate. ¿Puedo ir con usted por lo que queda de día? Claro, así ves unas reuniones con unos colegas que trabajan en la escuela –Escuela Nacional de Teatro-. Qué bien.

sábado, 1 de enero de 2011

Año nuevo.

Año nuevo.
uno más.
Uno menos.
Desmemoriado.
Intramado.
Defectos inoportunos.
No lo se.
Amor, amor.
Un intenso perfume.
Mercí, tu.